Nuestra cultura proporciona mucho a muchos. Desde que somos unos niños, es fácil asumir la idea incuestionable de que nos merecemos todo cuanto de bueno pueda ofrecernos la vida y que, una vez en nuestra mano, tenemos derecho a retenerlo para siempre.
Y sin embargo, lo que nos hace ser verdaderamente humanos, lo que puede tanto formar como deformar nuestro corazón, no es cosa que pueda ser retenida. Ni tampoco merecida. La esperanza, la bondad, la confianza, el amor, la honestidad, la caridad, la sencillez, la valentía, son dones que no se poseen, se reciben. Y cuando los recibimos, florecen y se multiplican hasta hacerse compartidos, hasta que nosotros, a nuestra vez, los ofrecemos a los demás.
El que es bueno, de la bondad que almacena en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca. Lucas 6, 45.
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